Una bala

La vida es algo tan simple y tan frágil que vasta el chasquido de un martillo y una chispa de fuego para que esta se termine.

Al levantar su fogón Ignacio no pensaba en mucho, por su mente surcaban los carruajes de la locura y su espalda era asotada por la furias. Estaba solo en medio de la grisácea oscuridad de su habitación, a sus pies las suaves fibras de poliester de su alfombra le masajeaban los pies a generando un hormigueo que corría por sus ensanchados nervios hacia sus rodillas flexionadas hacia atra para poderle permitir posar su nalgas en la colcha de algodón y lana que recubría su cama individual.

El hormigueo fluía de sus pies a sus rodillas , de sus rodillas a sus nalgas de sus nalgas a sus hombros y de ahí en la cabeza y de nuevo hacia abajo, estaba intranquilo. torturado por la incertidumbre, el hormigueo subía y bajaba por su cuerpo, un torrente eléctrico que solo se detenía en la represa de sus manos.

De estas emanaba una sensacíon distinta, fría y aspera.

Su mano se levanto y parecieron pasar año del recorrido entre sus pierna a la boca.

Sonaron los truenos y una lluvia de fragmentos de los huesos fragmentados de su cabeza calleron en la cama mezclandose en una colorida salsa de sesos y sangre.

Eso es la vida, sesos y sangre, una fracción un segundo, un absurdo que finaliza en el movimiento de un brazo a la boca. El apretón de un dedo. Un chasquido.